EL CHOCOLATE, NÉCTAR DE LOS DIOSES O PÓCIMA DE SATÁN.

El chocolate: ¿Pócima diabólica o aliento de los dioses?

Edificada en Brasil con tabiques y vigas de chocolate, esta casa rompió el Récord Guinness en abril de 2018. Foto: Récord Guinness.
Por Armando Cruz Sánchez
¿Imagina usted una casa construida con tabiques y vigas de chocolate?
Pues bien, aunque usted no lo crea, en abril del 2018 la chocolatera carioca “Casa de Chocolate” rompió la afamada marca mundial de los récords Guinness, al edificar una casa de 15 metros cuadrados y 2.4 metros de altura utilizando ¡10 mil 488 kilogramos de chocolate!
¿Se resistiría una fémina al placer de paladear una trufa, un bombón o un pastel de aniversario (Selva Negra, Tarta Sacher o un Tiramisú) elaborados a base de chocolate?
Definitivamente creemos que no.
Existe tal gusto por este derivado del cacao que la “chocolatóloga” Adriana Ortemberg, sugiere establecer la “chocolat party” para pasársela bien entre amigos, parejas o familiares, saboreando este apreciado confite; propone, incluso, convocar a estas a través de invitaciones diseñadas en papel marrón cacao e incluir dentro una pastilla de chocolate.
Pero esto no siempre fue así……
A partir de la conquista y antes de su entronamiento como el rey de las golosinas y postres, el chocolate atravesó por una “chocolatosa”historia en la que unas veces fue satanizado y otras, endiosado.
La ancestral bebida (producto del procesamiento y mezcla de la almendra de cacao con diversos condimentos), cuyo origen se remonta a unos 4 mil años atrás, de acuerdo con algunos autores consultados, ha sido considerada un potente afrodisiaco.
Alejandro Dumas, autor de la novela “Los tres mosqueteros”, le atribuía al chocolate efectos tonificantes y recomendaba ingerirlo combinado con ámbar gris, después de un episodio voluptuoso.
Se le empleó, también, como un excelente camuflaje para disimular encantamientos amorosos y hasta se le utilizó como “suculento” brebaje portador de veneno. El cardenal de Lyon Alphonse de Richelieu (1634-1680) lo usó como remedio para aliviar el humor del bazo.
En círculos del catolicismo se produjeron “sesudos” alegatos durante los siglos XVI y XVII para determinar si el chocolate (al que en sus indianos orígenes los mexicas llamaron atlaquetzalli” o agua preciosa, según cuenta Miguel León-Portilla) era pecaminoso, al ser éste el causante de que los religiosos y monjas al beberlo rompieran los ayunos dictados por la santa Iglesia.
Requeridos sus consejos, los papas Gregorio XIII, Clemente VII, Paulo V, Pio V, Urbano VIII, Celemente XI y Benedicto XIV respondieron que la bebida en cuestión no quebrantaba los periodos de abstinencia.
Brujería o lujuria chocolatera
Siguiendo con la leyenda “negra” del chocolate, Martha Few, profesora asociada de historia colonial de América Latina en la Universidad de Arizona en Tucson, escribió un verdadero compendio de “brujería y lascivia chocolatera”.
En su libro que traducido al español lleva por título: “El chocolate, el sexo y las mujeres desordenadas en la Guatemala de finales del siglo XVII y principios del XVIII”, detalla lo siguiente:
“(Debido) a su color oscuro y su textura granulosa era fácil disimular en el chocolate elementos asociados con hechizos sexuales, tales como polvos y hierbas, así como partes y fluidos del cuerpo femenino”.
Cuenta Few la historia de la bruja guatemalteca Gerónima de Barahona quien a finales del siglo XVII “recetó” a la criada mulata Manuela Gutiérrez unos polvos que, junto con el agua resultante del lavado de “sus partes naturales”, habría de mezclar con chocolate para después dar a saborear a su amante dicho menjurje.
Few menciona, igualmente, el caso de Nicolasa de Torres, “criada mulata, libre y soltera” que acudió en busca de los “trabajos” de la india Petrona Munguía, la cual le instruyó revolver vello púbico con una lombriz que yacía debajo de ciertas piedras y luego disolver la mezcla en el chocolate del patrón, al que la mulata pretendía encantar.
La misma autora da cuenta de los casos de doña Luisa de Gálvez y de una acaudalada y viuda mulata llamada Francisca Ágreda, quien en comunión con su hija Juana, preparó una pócima similar para su amante, que resultó ser el cura del poblado de Santa María, Guatemala.
En todos los casos y por indicaciones de sus respectivas hechiceras, las señoras, dieron a beber el espumoso chocolate a sus incautos galanes, con más o menos los mismos ingredientes: polvos mágicos, agua resultado del lavado de sus sobacos y “partes pudendas”, vello púbico, uñas, canas y saliva.

Cacao, alimento de los dioses
Pero correspondió al naturalista Carlos Linneo redimir de las maledicencias al chocolate y restituirle su nobleza prehispánica al denominar científicamente al cacao theobroma: del griego θεός (teos)= dios + βρώμα (broma)= alimento; esto es: “alimento de los dioses”.
Antes que Linneo, el médico Joseph Bachot pronunció en 1684 un apasionado discurso en el que sostuvo que el chocolate era el verdadero alimento de los dioses: “le chocolat est, plutôt que le nectar ou l’ambroisie, la vraie nourriture des dieux”.
Por su parte, el historiador Miguel León-Portilla cuenta que en la época precolombina los nobles, los poetas y los sabios ingerían en sus banquetes el agua preciosa o “atlaquetzalli”, bebida que se conoce hoy como chocolate, luego de ser sometida durante la Colonia al mestizaje gastronómico, con todas las sutilezas que le fueron añadidas.
León-Portilla cita el contenido del libro X, folio 63 r, del Códice Florentino en el cual se resume la manera de preparar y vender dicha “agua preciosa”, que se tomaba en jícaras o guajes:
“La que vende el agua preciosa, la que hace la molienda y ofrece la bebida que regocija a la gente. La que muele el cacao, lo quiebra, machaca y pulveriza. Lo selecciona, escoge, separa. Lo remoja, hace que se empape. Le agrega agua con cuidado, lo airea, lo filtra, lo bate, lo levanta para que chorree, lo hace espumar, lo levanta, lo engruesa, lo hace pastoso, le añade agua y lo remueve.
“Vende buena, excelente bebida preciosa, la que pertenece al destino de los de linaje, agua de los señores, muy bien molida, suave, espumosa, rojiza, amarga, con agua de chile, con flores, con hueynacaztli (orejuela), teonacaztle (hierba de olor de la familia de las anonáceas), con tlilxóchitl (vainilla), con mecasúchil (acuyo), y también con miel de abeja silvestre y otras flores aromáticas”.
Tras las huellas del café y el chocolate
La “chocolatóloga” Valentine Tibére, coautora con Pierre Hermé del “Larousse del Chocolate”, nos dice que el árbol del cacao se conocía entre los aztecas como “Cacahuamantli” y que a partir de nuevos descubrimientos arqueológicos puede concluirse que hace ¡cuatro mil años! el pueblo Mokaya (“la gente del maíz”) asentado en Mazatán, localidad de la región del Soconusco, Chiapas, producía diversas bebidas de chocolate.
Para algunos historiadores, esta era la zona en la que se procesaba el mejor cacao de Mesoamérica.
Refiere Tibére que en el “Popol-Vuh”o “Libro del consejo de los sabios”ya se menciona el cacao (kakawa, en mixe-zoque; cacahuatl, en náhuatl) y según la tradición maya desde entonces se bebía el chocolate en jícara.
Viajando en el tiempo, la autora nos remite al glifo del cacao labrado en la tumba del rey Pakal (siglo VII) en Palenque, grafía presente, también, en el fresco del Templo Rojo de Cacaxtla (siglo VIII), así como en el Templo de los Búhos, en Chichen-Itzá (siglo IX).
El historiador y economista franco-venezolano Nikita Harwich, autor de la obra “Histoire du Chocolat” (1992), refiere que los mexicas entraron en contacto con los mayas entre los siglos XIII y XIV y de los que adoptaron el gusto por el “xocoatl” que ellos tomaban caliente o tibio, a diferencia de los quichés que lo ingerían frío.
Aunque Sophie y Michael D. Coe ponen en duda esta última afirmación, al señalar que en el diccionario español-maya del siglo XVII, resguardado en la Biblioteca Nacional de Viena, se asienta que el chocolate común se denomina en lengua maya: “chachaua haa”, agua caliente o también “chocolate caliente”.
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